martes, 26 de enero de 2016

1º maravilla

La conocí hace unos años,
en medio de la nada,
cuando el pelo me acariciaba en la cara,
cuando me despeinaba
y sentia su voz
en mi oído.
Me di cuenta,
ella estaba allí
sujetándome la mano,
susurrándome lo feliz que era.
Estaba conmigo,
y eso parecía suficiente
porque era tan sumamente
especial
que jamás supe por qué
cada día quería más.
Si, fui queriendo más,
saber hasta donde podía llegar.
Quería
saber que era mía
para el resto
de mi vida.
Una mañana
me di cuenta,
todo el mundo la idolatraba,
la buscaba sin cesar,
y los que no la tenían,
lloraban,
como si el mundo se acabara,
por no poder acariciar su pelo rubio cada mañana,
como si no poder oler su cabello manzana
fuera la peor de las batallas.
No me di cuenta de lo afortunado que era
por tenerla entre mis brazos,
por abrazarla,
y tocarla con la palma de mi mano.
La desconocían,
y era mía...
O eso creía.
Hasta que me di cuenta
de que no solo me quería a mi.
Que también iba con otros,
que había otros a los que quería
más que a mi,
que a ellos les hacía más felices
que a mi,
y que sus susurros estaban en oídos de otros,
que ellos también pensaban que era solo suya
ilusos,
tontos,
como yo.
Todos pensábamos que era nuestra,
y no lo era,
ella siempre fue suya.
Jamás mía,
jamás suya.
Ella mandaba sobre ella,
sobre mi,
y sobre todos.
Me enfade con ella,
conmigo,
con la vida.
Pero ella volvió,
y me explicó
que tenía que seguir su camino,
pero que siempre iba a estar conmigo
siempre y cuando la dejara ir con los que aún no la conocían.
Paradójico.
Así que la dejé ir,
se fue a seguir su camino,
y aún sigue aquí,
como me prometió.
La quise,
y aún la quiero.
Se quedó,
y por eso la amo,
sin embargo,
no es de ella de quién estoy enamorado.
Ella es Libertad,
y tiene pelo de mujer.